Cuando escuchaba esa palabra, la imagen era inmediata: la del tipo de la coleta con sobrepeso que vendía historietas a Bart y Milhouse en ‘Los Simpson’. De aquel vendedor la imagen se ampliaba a una turba de frikis paseando por las ‘Comicon’ disfrazados de personajes de animación japonesa, la mayoría hipersexualizados, rozando lo enfermizo y caricaturesco. Lo cierto es que el mundo del cómic no solo es mucho más complejo (lo entendería al final de esta exposición) sino también mucho más antiguo. De esos prejuicios me he sacudido cual perro se sacude sus pulgas gracias a la exposición ‘Còmic. Somnis i història’, inaugurada el 10 de abril en Caixaforum, en el centro de Palma.
Si bien la muestra no contempla el enorme desarrollo del cómic en el continente asiático, es un recorrido completo por su tránsito en Occidente, incluyendo 195 obras originales de personajes que han sido trascendentales en la infancia de casi todos en el mundo occidental. Comienza el relato con The Yellow Kid, el primer cómic americano moderno, obra del dibujante Richard Felton Outcault, con unos personajes algo siniestros. Parecida oscuridad desprenden los protagonistas de Little Nemo, autoría de Winsor McCay. En ambos casos, la destreza en el dibujo y el excepcional uso de la línea es notable.
Y es que en estos tiempos que corren donde cualquier cosa es considerada como “arte”, con un constante manto de sospecha sobre todo lo que vemos, en el que hoy es considerado como el noveno arte, en el Cómic, el dibujo se eleva como un auténtico acto de rebeldía y reivindicación del talento verdadero. Entendemos hoy que realmente es arte, que podemos respetar el cómic como arte real, porque esa gente conocía de dibujo anatómico, de proporción y de composición. Entendemos que esa gente realmente tenía talento, que sabía dibujar sin más, sin marearnos con más textos que las conversaciones entre sus personajes, además, amenos y entendibles. Y que encima había una razón de peso tras ello, no como las excusas del arte contemporáneo, ficticias como el humo. Su historia, la del Cómic, es formidable.

Hasta el 24 de agosto el visitante podrá encontrar en su primera y parte de su segunda planta un completo recorrido de la historieta desde finales del siglo XIX hasta nuestros días, comisariada por el coleccionista Bernard Mahé y el equipo de 9e Art Références (París), visto ya por más de 300.000 personas.
Pero partamos por el principio, para ubicarnos correctamente, porque el tema es apasionante. La historieta tal y como hoy la conocemos eclosiona con los medios de impresión masivos, al mismo tiempo que la prensa escrita y casi a la par que la fotografía y el cine, con el que a menudo comparte su imaginario. Desde mediados del siglo XIX hasta hoy ha constituido un espejo de la realidad capaz de reflejar los modelos de imaginación. El recorrido propone una historia del cómic mediante el encaje de las obras en cada momento histórico (el crac económico de 1929, la Guerra Civil en España, la Segunda Guerra Mundial, el Mayo del 68, las juntas militares en Argentina o el 11-S).
En Europa los cómics nacieron en las publicaciones periódicas para la infancia y en los libelos satíricos antes de dar el salto al formato de álbum. Si bien en Inglaterra se extendió la caricatura satírica, en Europa continental dominaron las aventuras y las historias moralizadoras. Por el contrario, en los Estados Unidos el cómic nació en la gran prensa con el objetivo de atraer la atención de adultos y niños por igual. Intentó potenciar además la visualidad para comunicarse con una gigantesca cantidad de inmigrantes que no dominaban el idioma inglés. Los dos principales magnates de la prensa, Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst, se disputaban a los dibujantes y las series más populares. Las tiras cómicas diarias en blanco y negro se convirtieron en una crónica cotidiana de la sociedad estadounidense.

En esa época artistas como Bud Couniham (Betty Boop, 1934), Pat Sullivan y Otto Mesmer (Félix el Gato, 1927), Elzie Crisler Segar (Popeye, 1934), Al Taliaferro (El Pato Donald, 1936) o Floyd Gottfredson (Mickey Mouse, 1935) abrieron las puertas a la experimentación y la vanguardia visual desde las páginas dominicales, que luego pasaron a ser diarias, ganándose el favor de los lectores. Con el crac económico de 1929 se impuso, además, el sistema de estudios, es decir, de agencias como el King Features Syndicate, creado por Hearst, o el Chicago Tribune Syndicate, que auspiciaron la eclosión del cómic de aventuras, posibilitando una evasión distractiva frente a la crudeza cotidiana que significó la Gran Depresión.
Algunas tiras como Dick Tracy (Chester Gould) respondían con acidez, cinismo y humor a la situación social, mientras se consolidaba el estilo de los funny animals gracias a Disney y se multiplicaban los géneros de aventuras como Tarzán (Harold Foster), Flash Gordon (Alex Reymond) o Terry y los Piratas (Milton Caniff), esta última, una verdadera crónica de la Segunda Guerra Mundial y el nacimiento de un estilo basado en el claroscuro.
La exposición presenta una serie de portadas de revistas de historias de superhéroes, como Superman (Curt Swan, 1969), Batman (Neal Adams, 1969), Capitán América (Jack Kirby, 1977), Spiderman (John Romita, 1979) o Los Cuatro Fantásticos (Jack Kirby, 1967). En todos estos trabajos originales podemos entender el volumen de trabajo desarrollado por estos artistas, en verdaderas construcciones de collages. Eran tiempos donde los ordenadores y las tablets no se conseguían en cada esquina, no existía internet ni la inteligencia artificial. Todo era dibujado a mano, corregido, redibujado, recortado, superpuesto y vuelto a recortar y a pegar sobre el dibujo original.
El género de los superhéroes debió su éxito a la aparición del formato de comic book, heredero directo de las revistas pulp baratas en las que podian leerse relatos fantásticos y de género negro. Este formato triunfó en Estados Unidos en la década de los años 30 ‘s, primero como reediciones de tiras cómicas y después con material novel destinado en su mayoría a un público adolescente. La Gran Depresión catapultó la figura del superhéroe. La primera sensación fue de la mano de Superman (Jerry Siegel y Joe Shuster, 1938) y luego continuarían otros héroes disfrazados que construyeron su propia mitología: Batman, el rico heredero; Wonder Woman, la semidiosa; Capitán América, resultado de experimentos científicos. Y el tema ya no paró más. Estos comic books fueron un crisol en el que se reescribió la mitología occidental y estos personajes se transformaron en el alter ego de los sueños cotidianos de las masas, a través de sus distintas fases hasta los años ochenta caracterizados por el desdoblamiento, la doble identidad y la mutación.
En la segunda planta de Caixaforum continúa la exposición con un recorrido por el cómic español, donde destacan originales de Mortadelo y Filemón (Francisco Ibáñez, 2005), TBO (con una simpática pero racista tira cómica de Josep Coll i Coll, publicada en 1957 y que hoy sería imposible publicar sin un escándalo de por medio o los sistemas de censura de lo políticamente correcto) y una tira de Mariscal (1971), entre otras varias que no tienen desperdicio.
El cómic en España tuvo una enorme importancia desde mediados del siglo XIX tanto en publicaciones para la infancia como en revistas satíricas. Revistas como Gente Menuda, Pulgarcito o TBO sentaron las bases del dibujo caricaturesco con vocación universal, y de ahí el nombre que en España se sigue dando hoy a los cómics: tebeos. Si bien la Guerra Civil significó un profundo corte, los cómics continuaron proliferando con publicaciones auspiciadas por los golpistas y editadas por la Delegación Nacional del Frente de Juventudes. Entre esas revistas se cuentan algunas como Flechas y Pelayos (1938-1949) y luego Clarín (1949-1956). Durante la dictadura de Franco llegaron a públicos masivos historietas de aventuras como Roberto Alcázar y Pedrín, El Guerrero del Antifaz, El Capitán Trueno o El Jabato, la gran comedia humana de Bruguera y revistas infantiles como TBO, Pulgarcito, Chicos y Jaimito.
Desde los años setenta, nuevas corrientes y autores con voluntad de llegar a un lector adulto socavaron la férrea censura franquista y prepararon el terreno tanto para el estallido del underground y las revistas de los ochenta, como para la nueva corriente narrativa del formato más extenso que conocemos como novela gráfica. En la muestra es posible ver un original censurado de El Guerrero del Antifaz, fechado en 1948. Su autor Manuel Gago fue uno de los más prolíficos dibujantes de historietas de la época y su personaje torturado e invencible, encarnó todos los valores morales que propugnaba el régimen franquista. Podríamos decir que la comedia humana y los signos de la tragedia han sido características esenciales del cómic español.
La exposición continúa, abarcando la edad de oro del cómic franco-belga, dos auténticas potencias del noveno arte. El visitante puede apreciar de primera mano originales de Georges Rémi, más conocido como Hergé (Tintin, 1954), Albert Uderzo (Asterix, 1969) o Pierre Culliford, de pseudónimo Peyo (Los Pitufos, 1967). Al término de la Segunda Guerra Mundial, triunfaron en Francia y Bélgica las publicaciones juveniles, entre ellas la mundialmente conocida revista Tintin. También Le Journal de Spirou. Ambas revistas competidoras reivindicaron sus propias líneas editoriales, llegando a crear dos escuelas muy diferentes: la escuela de Bruselas, caracterizada por la línea de Hergé, y la escuela de Marcinelle, representada por André Franquin.
En 1959 nacía Pilote, otra importante revista que desde su primer número cosechó éxitos gracias a Astérix, la mítica serie creada por René Goscinny y Albert Uderzo. Pilote llevó el cómic al gran público y dio a conocer a una generación entera de dibujantes. En 1968 se produjo otra revolución con la consolidación del cómic para adultos, que aspiraba a ampliar horizontes con nuevos temas y nuevas estéticas. En ese movimiento entran algunos proyectos editoriales radicales e innovadores como L’Echo des Savanes, Métal Hurlant o Fluide Glacial.
Continúa por las salas de Caixaforum este periplo por la historia del cómic llegando a su modernidad, que se gestó en torno al eje Italia-Argentina. Floreció en este eje antes de estallar en Europa a través de Francia. Alrededor de la figura del escritor Héctor Germán Oesterheld, de su editorial y sus revistas Frontera y Hora Cero emergió un campo de experimentación donde participaban dibujantes argentinos e italianos, entre ellos, Hugo Pratt. Algunas sagas icónicas como El Eternauta o Sargento Kirk condicionaron el destino del cómic contemporáneo, modulando todas las posibilidades expresivas imaginables de la página como fundamento de miedo, angustia y terror. En la sala dedicada a este eje podemos encontrar originales, entre otros, del genio del dibujo erótico Milo Manara (Un Été Indien, 1997).
La exposición cierra con un espacio dedicado a la novela gráfica, que permite por su extensión una concepción total de la obra, no supeditada a la lógica serial. Es donde encontramos a autores formidables y sus obras originales como es el caso de Charles M. Schulz (Snoopy, 1968), Jim Davis (Garfield, 1986) o Bill Watterson (Calvin & Hobbes, 1986), personajes principales de la niñez de todos los nacidos en esa generación que hoy rondan los cuarenta. En esta sala he debido detenerme un instante y respirar profundamente para contener el llanto frente a los originales de Schulz y Davis. Al verlos, la imagen de mi padre fallecido se hizo presente, él y los sábados y domingos por la mañana a inicios de los noventa, cuando la vida aún no nos golpeaba como adultos y junto a mis hermanos veíamos por televisión abierta los shows de Snoopy, Garfield y el resto de sus amigos. Fue en ese momento, donde he debido apoyarme contra una de las paredes y cerrar los ojos, cuando he logrado entender la importancia abrumadora que el cómic ha tenido no solo en mi vida, sino en la de muchas otras personas sin siquiera saberlo, sin siquiera haberlo procesado.
Con toda su historiografía y enorme cantidad de nombres y personajes, esta es una exposición no sólo donde los niños y adolescentes pueden pasear boquiabiertos reconociendo personajes que aún hoy continúan siendo populares gracias a la factoría hollywoodense, de infinita repetición. Es también un instante para los adultos, donde pueden permitirse reír, recordar y emocionarse con un flash back a lo mejor de la infancia y la felicidad que ella contuvo, que aún permanece como un tesoro en cada uno de nosotros, aunque a veces lo olvidemos. Es parte de nuestras vidas. De visita obligatoria.