Un día después de terminada la Semana Santa, el carismático Papa Francisco falleció a la edad de 88 años víctima de un ictus, tras doce años de pontificado como 266º papa de la Iglesia Católica, jefe de Estado y octavo soberano de la Ciudad del Vaticano. De trascendencia planetaria (despedido en la plaza de San pedro por diez monarcas, un centenar de jefes de Estado y medio millón de fieles), el primer papa de nacionalidad argentina y el primer jesuita en ostentar uno de los cargos más importantes conocidos, dejó un acervo cultural y artístico que ha traspasado creencias religiosas y que por estos días el mundo del arte no ha cesado de reconocer. Desde visitas a la Bienal hasta llamamientos a la restitución, el difunto pontífice dejó una huella brutal en el arte contemporáneo y la cultura.

Francisco era propietario en fideicomiso de la biblioteca y las colecciones de arte del Vaticano, donde su legado fue significativo. Fue el primer pontífice que visitó la Bienal de Venecia, la exposición de arte contemporáneo más prestigiosa y una de las más longevas del mundo. También inauguró una galería de arte contemporáneo dentro de la Biblioteca Vaticana, hizo declaraciones de alto nivel sobre la restitución cultural e invocó repetidamente el poder de la creatividad para forjar la conexión humana.
Francisco veía a los artistas como arquitectos de un mejor futuro, les pedía que imaginaran ciudades que aún no existen en los mapas, ciudades donde ningún ser humano sea considerado un extraño. Su visión del arte estaba profundamente marcada por el santo cuyo nombre adoptó. Al igual que San Francisco de Asís, que frecuentemente aparece en la pintura renacentista, el Papa Francisco se sintió atraído por la naturaleza, la pobreza y la sencillez pastoral.
Pero Francisco no mantuvo el arte en el ámbito de lo abstracto. En 2023 devolvió a Grecia tres fragmentos de las esculturas del Partenón que hasta entonces permanecían en los Museos Vaticanos. La restitución se enmarcó como una donación a la Iglesia Ortodoxa de Grecia y coincidió con sus esfuerzos por profundizar en las relaciones ecuménicas. Ese gesto abrió la ventana a un debate planetario sobre la restitución patrimonial por parte de los museos, que golpeó especialmente al British Museum, a quien Grecia exigió la devolución de otros fragmentos del mismo Partenón, disputa que aún continúa.

Durante la Bienal de Venecia en 2024, llegó a una cárcel de mujeres en la isla de Giudecca, donde se había instalado el Pabellón de la Santa Sede como parte de la Bienal. Algunas de las obras expuestas fueron creadas junto a las reclusas. La Bienal de ese año, titulada Extranjeros por todas partes, se centró en las voces marginadas. La visita del Papa, según los organizadores de la Bienal fue un extraordinario gesto de cercanía y reflejó la construcción de una cultura del encuentro.
El pontífice autorizó además importantes proyectos de restauración de obras de arte y continuó con la adquisición de obras contemporáneas, una tradición que se remonta a Pablo VI. Gracias a Francisco las colecciones del Vaticano incluyen ahora obras de Chagall, Picasso, Dalí y Matisse, junto a interpretaciones bíblicas de artistas más recientes como Studio Azzurro o Richard Long.
Su pontificado marcó un punto importante en la relación entre la Iglesia y el arte, especialmente tras el nombramiento en 2022 del cardenal portugués José Tolentino de Mendonça como Prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación, un hombre de letras e intelectual que reposicionó a la Iglesia especialmente en el ámbito del arte contemporáneo, redescubriendo y fortaleciendo el arte en una dimensión de diálogo, inclusión y restitución que se había desvanecido con el tiempo. Lejos de cualquier esteticismo, el papa Francisco concibió el arte como un instrumento de encuentro, de testimonio y de apertura, como un lenguaje universal capaz de encarnar los valores evangélicos sin perder nunca su conexión con el presente.
Volviendo a Venecia, donde su visita fue sorpresiva y emblemática, el Pabellón de la Santa Sede ubicado en el interior de la cárcel de mujeres de Giudecca fue el centro de atención con su presencia. Titulado Con i miei occhi (Con mis ojos), el pabellón presentaba obras de ocho artistas internacionales encabezados por el polémico Maurizio Cattelan, el mismo de la banana pegada a la pared con cinta adhesiva que sería vendida por una casa de subastas a una suma friolera para después ser comido por su comprador, un especulador chino de criptomonedas. Otros artistas presentes en el pabellón comisariado por Cattelan fueron Sonia Gomes, Simone Fattal y Claire Tabouret. En sus obras los artistas abordaron el tema de los derechos humanos y su dignidad, piedra angular del pensamiento de Francisco.
Si por estos días entrar a museos de arte contemporáneo es una experiencia distante y a veces hasta amarga para el ciudadano de a pie (si acaso entra) entre toneladas de tonterías sin más valor que el relativamente discursivo, que no acaba de entender, hacerlo a los Museos Vaticanos en Roma, por el contrario, es una experiencia reveladora donde es posible ver algunas de las más altas representaciones del talento humano y el dominio de técnicas pictóricas y escultóricas, ver la obra de verdaderos artistas. A sabiendas de ello, el papa Francisco quería renovar la relación entre arte y responsabilidad, el compromiso de los museos eclesiásticos con el público. En su encuentro de 2019 con representantes de la Asociación de Museos Eclesiásticos Italianos (AMEI), los conminó a abrir las puertas de los museos de la Iglesia al público más amplio posible, especialmente a los jóvenes, las familias, los inmigrantes y los pobres. Francisco les advirtió a los museos el peligro de convertirse en lugares estáticos o autorreferenciales, los invitó a ser verdaderos espacios de diálogo entre la fe, la historia y el presente. Y es que los museos no deben ni pueden entenderse como lugares estáticos, ególatras o destinados a una élite culta. Por el contrario, deben ser accesibles, abiertos al encuentro, capaces de hablar a todos, especialmente a los más pobres, a los olvidados, a los más postergados de la sociedad.
Y es que el arte debe servir como consolación, ser un vehículo de esperanza y un puente entre pueblos y culturas. Los museos deben ser lugares de acogida, de escucha y de diálogo, donde la belleza no se exhibe porque sí, sino que se convierte en un don para todos. Eso es lo que opinaba el papa, y tenía toda la razón. Esa es una tarea especialmente compleja para los museos de arte contemporáneo, empeñados en transformarse en lugares de proselitismo político y en exhibir la anti belleza, en un constante desprecio por la estética. Como decía el papa, los museos deben inspirar, cuestionar, abrir horizontes, no hacer exactamente lo contrario. Los museos deben ser capaces de contar historias de esperanza y de despertar en los visitantes un sentido de fraternidad y acogida.

Para la Bienal de Venecia, el Vaticano dio un paso notable al nombrar a Maurizio Cattelan, un renombrado artista italiano celebrado y criticado por sus provocativas obras, como curador de su pabellón en la Bienal de Venecia. Conocido por obras controvertidas y a veces impactantes, como una escultura de Hitler orando y La novena hora, que representa al Papa Juan Pablo II golpeado por un meteorito, la participación de Cattelan marcó una mezcla intrigante de arte contemporáneo y valores religiosos tradicionales. En esto también la Santa Sede demostró una inteligencia feroz. El proyecto orquestado por Cattelan se llevó a cabo como una instalación al aire libre dentro de los terrenos de la prisión de mujeres y por supuesto, fue una de las más populares de la Bienal, de visita obligatoria. Fue una lección comisarial de la Santa Sede a quienes pueblan el mundillo del arte contemporáneo.
Con todo, el acervo del pontífice en temas artísticos tenía como objetivo alentar a los receptores a reflexionar sobre la naturaleza de ver y comprender el mundo que los rodea, desdibujando las líneas entre la contemplación religiosa y la interpretación artística con una visión universal y mundialista. Pretendía provocar una reflexión sobre la forma en que construimos nuestras identidades sociales, culturales y espirituales, sugiriendo que las experiencias religiosas y artísticas requieren una profunda implicación personal, transformando a los individuos de observadores pasivos a participantes o testigos activos. Este enfoque se alinea con temas más amplios adoptados por el Vaticano bajo el liderazgo del Papa Francisco, enfatizando la compasión, la empatía y la rehabilitación de los marginados vinculado a las enseñanzas del Evangelio, enfatizando el cuidado de los desfavorecidos, enviando a la historia un poderoso mensaje de inclusión y redención. Ese fue el legado de Francisco. Ese fue el arte papal. Y fue gigantesco.