Ya lo veníamos adelantando, y la feria Art Basel parece volver a confirmarlo. Se desinfla la especulación en el arte como se desinfla un flotador de flamenco a la orilla de la playa, a la misma rapidez después de demasiado tiempo, y es que se olía en el aire como quien huele una rata muerta en algún lugar no identificado del sótano. Malos tiempos se vienen para creadores y comisarios que estaban excesiva y cómodamente apoltronados en sus tronos viviendo del cuento, porque hoy vemos que sus obras y sus discursos no eran más que eso: puros cuentos chinos.
Malos tiempos se vienen para patronatos de museos que se comienzan a dar cuenta que han desembolsado miles de millones de euros en obras que no lo valen, que no tienen capacidad de reventa, que se hunden en el mercado, vamos, que les han metido el dedo en la boca en toda regla, con alevosía. Parece ser que prácticas como lo conceptual, lo sonoro, la performance y sus más múltiples e imposibles discursos y posibilidades ya no cuelan, partiendo por los coleccionistas, que no están dispuestos a volver a perder dinero de forma tan estúpida.
La última edición de Art Basel que ha concluído este domingo pone en evidencia que se acabó la tontería. La principal feria de arte a nivel mundial ha puesto de manifiesto, con billetes sobre la mesa, que el coleccionismo se ha vuelto cauteloso frente a la incertidumbre económica, geopolítica y que se ha vuelto a refugiar en los clásicos, en obra bidimensional, escultórica y de los nombres y las técnicas clásicas de las Bellas Artes de toda la vida. No hay espacio para experimentos ni nuevos iluminados.

No lo digo yo, sino el mismísimo Larry Gagosian, probablemente el hombre más poderoso del mundo del arte a Álex Vicente: “El arte siempre ha sido un refugio, pero ahora nadie va a pagar un precio estúpido”. Y así parece que aquellos vestidos estrambóticamente, cruzados de brazos de manera profética y aureola luminosa en la cabeza que te decían “tú no entiendes, tú no sabes nada de arte ni sabes lo que cuesta”, parece que ya no pueden estirar más del chicle. Tarde o temprano iba a pasar. No podía durar toda la vida. El globo explotó. La lechona acabó muerta de tanto ahorcarla y zarandearla.
Los apellidos y las cifras en euros no mienten, altas pero no disparatadas: Hockney (12 millones), Asawa (8,8 millones), Richter (6,5 millones), dos pinturas de Bradford (3,3 millones cada una), dos de Condo (2,2 millones), dos Baselitz (3 y 2 millones), Mitchell (14 millones) y un Picasso reservado por 28 millones.
289 galerías de 42 países exhibieron en su mayoría obras con inclinación clasicista predominando nombres consagrados, centrándose en valores seguros. Y es que los tiempos no están para apuestas riesgosas. La decisión de compra de coleccionistas estuvo también influenciada por la inflación, los altos tipos de interés y la amenaza arancelaria anunciada por el presidente estadounidense Donald Trump. Muchos coleccionistas del país norteamericano dieron un paso al costado. La impresión era la de una corrección del mercado tras años de especulación.
Lejos del catastrofismo que anunciaba la propia entrada a la feria, donde la artista Katharina Grosse teñía todo de manchotes rojo sangre en una instalación monumental, lo que ocurrió en la feria fue ante todo el ejercicio de la prudencia en las adquisiciones. Los compradores especulativos que pagaban sumas desorbitadas se han retirado (simplemente han cambiado de área), pero al mismo tiempo ha aparecido una nueva camada de coleccionistas jóvenes y diversos dispuestos a comprar pero a precios accesibles, aterrizados.
La pregunta es, ¿Y ahora qué? Por un lado, se abre una oportunidad para que entren al mercado artistas de verdadero talento que trabajan en las técnicas tradicionales de las Bellas Artes, durante décadas menospreciados y marginados de los circuitos convencionales. Una vista rápida a ese sector permite comprender que tampoco existen muchos, porque el talento es verdaderamente muy difícil localizar, aunque siempre existe y por supuesto no en la oferta explosiva que ha ofertado durante décadas el mercado del arte contemporáneo, donde ha sido más importante el discurso inventado que el talento del artista. Existe una oportunidad real para un nuevo recambio generacional en la historia del arte.
Por otro lado, la actual situación abre la puerta a nuevas formas de creación futuras. El arte avanza siempre, de la mano de las nuevas tecnologías y no pasará mucho tiempo para encontrar nuevas fórmulas y procedimientos para intentar volver a recuperar el reino de la especulación perdida. Con todo, parece ser que el arte, por sí mismo y a pesar de los inventos, retóricas y demás ficciones, se vuelve a autorregular, a ordenar, a poner las cosas en su lugar. Nos permite entender que esta área, como todas las otras, es igualmente cíclica. Sólo hacía falta tener paciencia y esperar a que ese ciclo terminara. Tardó décadas en que sucediera, pero ocurrió. ¿El arte vuelve al orden? Claramente, sí. No hay mal que dure cien años.