Los exclusivos almacenes Rialto Living reciben en su galería de arte la exposición “África”, del artista Luis Maraver, en el centro de la ciudad de Palma. Se trata de una serie de doce obras, dividida en nueve piezas ejecutadas sobre papel artesanal y tres lienzos, donde el pintor y escultor experimenta en multiplicidad de técnicas para narrar su paso por Etiopía y sus impresiones visuales sobre su cultura y exotismo.
La exposición es acompañada por el libro Luis Maraver: El Viatge Infinit, de Pere Joan Martorell, publicado el año 2017 con prólogo de Gabriel Janet Manila, que sirve al visitante de guía para entender en profundidad la obra del artista y el sentido de la exposición de manera bastante clara. Y es que ante todo, su trabajo es el registro de una vida marcada por los viajes, por un ímpetu de Maraver por visitar lugares distantes o cercanos, observar en silencio culturas distintas y sus tradiciones, escuchar sus idiomas, registrar su geografía, su flora y su fauna, su arquitectura y a sus habitantes.
Las obras de Maraver tienen un proceso previo a través de libros de artista personales. Se trata de cuadernos de viajes repletos de anotaciones, de bocetos previos, de pinturas in situ y recordatorios que una vez de vuelta en el estudio, traspasa a distintos soportes. Esos libros de artista son un hervidero de ideas, de recuerdos, de conversaciones íntimas con uno mismo, de maravillas universales representadas, de vivencias, de patearse el mundo sin complejos ni prejuicios. Quienes tengan esa misma costumbre de recorrerse el mundo, encontrarán en su trabajo un motivo de emoción, de comunión silenciosa, de dicha en los recuerdos, de subidón en planear la próxima exploración y las aventuras que inevitablemente conlleva.

Es así como en la pintura y escultura de Luis Maraver encontramos un registro universal. Nacido en Puebla del Río (Sevilla, 1957) y de formación autodidacta, comienza el recorrido el año 1981 en París. Desde esa visita a la ciudad de las luces, comenzaría un periplo creativo que no pararía más y que continúa hasta la actualidad. Si bien se instala en Nueva York en 1990 junto al también pintor Pascual de Cabo, regresa a España a los tres meses por amor. Pero el amor no impide que continúe con sus exploraciones, que lo lleva ese mismo año a un viaje naturalista por Kenia y Tanzania, registrando los parques nacionales de Nairobi, Samburu, Llac Nakuru, Masai Mara y Serengeti.
Seguirían más viajes, más cuadernos repletos y más obras sobre Ucrania, Brasil, Perú, Roma, la India, China, Marruecos, Egipto, Berlín, Moscú o Jordania. Repite con los años algunos destinos, registrando el Amazonas brasileño (acompañado del médico Antoni Mesquida), el Cristo redentor de Copacabana, Times Square y las desaparecidas torres gemelas, el coliseo, la gran muralla china, las pirámides de Giza o la plaza roja de Moscú, entre otros grandes monumentos universales o escenas de la vida cotidiana bajo su propio código.
En África el artista nos sumerge en la realidad etíope en trabajos completamente libres, donde mezcla variadas técnicas y materiales, entre ellos, papel artesanal y pigmentos naturales provenientes del mismo país visitado. En estos papeles, pliegos sorprendentemente firmes, grandes, se vale del volúmen y distintas texturas creados a través de la superposición de continuas capas de papel o el uso del látex de forma compleja. En esas obras, el autor ejerce una libertad absoluta en el uso de la mancha, la emancipación del chorreo y la impronta de una paleta cromática diversa, donde viaja desde colores vivos eléctricos tan característicos de la vida africana hasta ocres y tierras que logra confundir con la piedra o la arena.
Las obras informan así al espectador de un proceso técnico de ejecución laborioso, largo, de bastante espera en los tiempos de secado gracias a las continuas superposiciones de capas, el uso de fibras vegetales, la consecución de las texturas. En esta serie la figura humana es protagonista. El visitante se encontrará con pinturas que representan situaciones y escenas cotidianas de la vida diaria de habitantes de Etiopía, con elementos culturales propios y representativos como ocupaciones, vestimentas, accesorios, paisajes o viviendas.
Esta muestra, que estará abierta al público hasta el próximo 12 de mayo, como gran parte del trabajo de Luis Maraver, propone una obra que exige ante todo un trabajo de contemplación, de observación, que no es lo mismo que mirar. Maraver se toma en la ejecución de cada obra el mismo detenimiento y dedicación que utiliza en observar cada escena en sus cuadernos de viaje, con el tiempo y la paciencia que conlleva, sin más alteraciones que la preocupación por llegar al propio destino, sin prisas. Aquello es un regalo balsámico en una época donde el arte contemporáneo intenta escapar justamente de todo aquello en búsqueda de las revelaciones, la espectacularidad y la inmediatez. Con todo su simbolismo, son obras como las de Luis Maraver las que perduran en el tiempo, como esos recuerdos y esos cuadernos de viajes, porque logran su propia universalidad dentro de su exotismo, su proceso y resultado final.