La dictadura de la especulación

La noche del miércoles 20 de noviembre, se vendió por 6.2 millones de dólares un plátano pegado con una cinta adhesiva a la pared. La casa de subastas Sotheby’s dio el último martillazo por este precio en su sede de Nueva York a favor del empresario chino de criptomonedas Justin Sun para quedarse con la obra ‘Comedian’ del artista italiano Maurizio Cattelan.

No hace falta hablar de la obra en sí misma, conocida de sobra y cuya historia ha trascendido más allá del mundo artístico. Al día siguiente de su venta, a nivel planetario se comentaba la pieza y su estratosférica transacción económica. La repercusión mediática, por supuesto, se debió a lo absurdo de la situación. 

En este punto es necesario detenerse a reflexionar precisamente sobre eso, en la repercusión mediática que ha suscitado nuevamente esta operación. Más allá de los ríos de tinta, debates o justificaciones respecto a esta obra y su valoración simbólica, salta a la vista que la verdadera intención del artista Maurizio Cattelan es performática, usando y manipulando a su antojo al sistema especulativo del propio mundo del arte contemporáneo y a los medios de comunicación para crear una obra gigantesca que va más allá de una fruta, ni siquiera entendiéndose como una obra de arte. 

El artista italiano, sin estudios artísticos ni formación universitaria, de origen humilde ni perteneciente a las históricas élites que intentan cooptar la última palabra de qué es legítimo o no en la alta cultura, se ha burlado nuevamente del mundo del arte, ha humillado públicamente a la historia del arte y ha basureado a la intelectualidad de su época a través del humor y sin bastarle, se ha desembolsado más de cinco millones de dólares con los que puede vivir cómodamente el resto de lo que le queda de vida sin hacer absolutamente nada más. Este golpe maestro de Cattelan, lo ubica en la misma esfera de operaciones llevadas a cabo por artistas como Banksy con sus graffitis críticos o en su momento Damien Hirst en sus intenciones de tener en sus manos la vida y muerte de las especies.

Lo sucedido ese miércoles en Nueva York ha sido importante. No sólo por ser testigos de la inteligencia casi sobrenatural de Maurizio Cattelan, que como Banksy o Damien Hirst, nos muestra a creadores que han entendido profundamente relaciones que van mucho más allá del arte y sus prácticas técnicas. Se trata de personas físicas que han logrado comprender el engranaje que funciona como un reloj entre sociedad, aspiraciones, la política, el dinero, el mercado transaccional y sus símbolos, ligados estrechamente con la emocionalidad, entendiéndolo a cabalidad y usándolo a su antojo para jugar como niños al juego dictatorial de la especulación y beneficiándose de ello a sus anchas, sin peros que valgan.

Por supuesto, esas son opciones personales, gigantescas, admirables y son propias. Podría pensarse que las operaciones de estos artistas dañan al resto de artistas y al mundo del arte. Sin embargo, ¿podría tratarse de todo lo contrario? En una época donde el arte contemporáneo, el mundo de la crítica y el comisariado y el propio mercado del arte han llegado a una realidad que roza lo absurdo, lo burdo, ¿la denostación real, pública y palpable de estos artistas a todo aquello que acabamos de ver, intencionada, podría producir quizá un efecto centrífugo, donde los coleccionistas reciban un efecto de shock como una descarga eléctrica volviendo a interesarse por adquirir técnicas clásicas; museos y galerías volver a interesarse por artistas que realmente dominen las técnicas; historiadores y comisarios a regresar al rigor documental de sus oficios y a fin de cuentas, volver a encarrilar la historia natural del arte? Siempre cabe la opción menos común de leer entre líneas las obras de los artistas, que a veces van más allá de lo que el ojo es capaz de percibir.

Desde ese otro punto de vista o prisma, lo sucedido aquel miércoles en Nueva York no debiese desalentar o frustrar al resto de los artistas, sino todo lo contrario. Maurizio Cattelan con su banana, claramente una tomadura de pelo, haya quizá corrido el cerco y hacer volar por los aires una dictadura de especulación para volver a girar la vista hacia lo mejor de las técnicas tradicionales de los oficios artísticos. Si así fuese, ojalá, le deberemos mucho.

Alex Ceball

Secretario General AAVIB

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