¿Cómo afrontar el arte contemporáneo en este año 2025? Algo pasó a finales del año pasado tras la subasta por 6.2 millones de dólares del plátano pegado a la pared de Maurizio Cattelan y todo el show mediático realizado por su nuevo dueño posterior a la compra. Después de aquel suceso el circuito artístico internacional ha reconocido la situación de especulación que vive el arte contemporáneo a través de innumerables artículos, columnas y reportajes en los principales medios de comunicación internacionales y especializados, en todos los idiomas. Proteger o justificar la operación sería ponerse en evidencia de que quien lo defiende, es también parte de esa cortina de humo, que violentó el sentido común de hasta el más simple de los fruteros.

Tras el caso Cattelan y el uso de las redes sociales, la opinión pública parece no tener miedo a expresar abiertamente si ciertas propuestas consideradas como artísticas por comisarios, museos o galerías, les parecen un timo. Y así ha sucedido con los dos lienzos en blanco de Jens Haaning vendidos al museo Kunsten de Aalborg por 72.000 euros, las verduras de Karin Sander clavadas en ARCO 2022, la escultura invisible de Salvatore Garau vendida por 18.300 euros, el mismo plátano de Cattelan o las vigas de José Dávila donadas al Ayuntamiento de Palma por un valor de 120.000 euros. La opinión pública ha reventado todas estas obras, sin miramientos, en una tendencia que parece ya no tener marcha atrás.

El año recién terminado estuvo además marcado por el aumento de la censura en toda clase de instituciones culturales públicas y privadas, según informa la revisión anual de Artnews. El mundo del arte se dividió en torno a Israel y Palestina, sin existir lugar para un debate matizado. Las sospechas de antisemitismo y sentimientos antipalestinos envenenaron todos los rincones del arte contemporáneo. Bajo esa toxicidad, museos de todo el mundo fueron acusados de censurar a artistas y comisarios basándose en muchos casos en sus supuestas posturas políticas pro palestinas. En otros casos, por complicaciones desde un punto de vista legal que comprometían a los espacios culturales. Las crecientes controversias sobre la censura acabaron creando para una parte del sector artístico una crisis de fe en estas instituciones.

Y desde ahí, otro sinnúmero de controversias en el arte relacionadas a activismos políticos, sociales y medioambientales.Según la exdirectora de Es Baluard Museu d’Art Contemporani de Palma Marie-Claire Uberquoi, la “dictadura de la corrección política” por supuestas buenas causas ha empeorado en los últimos veinte años, que se ha manifestado, por ejemplo, en el sinnúmero de ataques contra obras maestras de genios de la pintura en diversos museos de primera línea. La especialista advierte que muchos artistas están creando obras de activismo social sin verdadera dimensión artística, que impide ver la riqueza y diversidad artística actual y está causando en la cultura intolerancia y esta tendencia al aumento de la censura. 

Desde este punto de vista, ¿Es posible entonces otro tipo de arte contemporáneo que promueva valores como la originalidad, la imaginación y el compromiso personal? Uberquoi, en la nueva revisión de su libro “¿El Arte a la Deriva?”, después de dos décadas, señala que ve derivas hacia otras disciplinas que desvirtúan la percepción del público por el arte actual, como la sociología, el periodismo documental, el activismo político, el vaciamiento de contenido de la propia creación artística y la explotación publicitaria de obras falsamente provocadoras, sumados a nuevos dogmas como referentes de obras, como revisiones poscoloniales, cuestiones de género, ecologismo radical, neo feminismo y dictadura de lo políticamente correcto, defendidas por una parte del establishment internacional. 

Ahora bien, cabe en todo esto la pregunta de si es acaso un museo, un centro de exposición artística, es verdaderamente un lugar adecuado para ello?, ¿Debiesen los espacios públicos de exhibición artística promover operaciones de marketing que no aporten adecuadamente al debate intelectual a pesar de producir ruido mediático?, ¿Se debe permitir que sea el mercado del arte quien dicte las pautas, reduciendo la capacidad de análisis y reflexión?

Son preguntas cuyas respuestas seguramente se irán materializando con el paso del tiempo y en base a la reacción de la opinión pública frente a estos temas, en una época donde ya no se deja engañar con tanta facilidad. Mientras aquello suceda, la labor del artista de oficio, en mi opinión, deberá ser la de mantener fidelidad a sus propios talentos, a su capacidad técnica y a no dejarse intimidar o engañar por las luces de neón, porque el neón al final es lo que es, un gas incoloro y prácticamente inerte. Solo así el arte dejará de estar bajo sospecha.

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