Cuando Palma huele a foguerons

Sant Sebastia 054

La Plaza Mayor se llena horas antes de que el fuego del dragón prendiera la hoguera que da comienzo a la noche más festiva de Palma.

Había ganas de fiesta. este año, el tiempo fue benévolo tras años de frío y lluvia. Los foguerons arrancaban las primeras torres de humo de la ciudad, la novedad de los glosadors de Mallorca en la plaza concentraban a la muchedumbre local y la estupefacción turística que preguntaban su significado.

La espera de la llegada del Drac de na Coca no tardo demasiado, el desfile por la calle Colom desde Cort hasta la plaza Mayor dio para que algún turista se jugara ser chamuscado solo por sacarse un selfie, tras el dragón la cofradía de políticos prácticamente de pre- campaña electoral buscando la foto.

PAÑUELO AMARILLO

Esta fiesta se esta convirtiendo en una excusa para los foráneos para mezclarse con los locales, cosa que celebramos, todos se unen alrededor de un fuego para “torrar” xua y sobrasada. Orgull Llonguet y la Confraria de Sant Sebastià desde hace poco tiempo se han convertido en lo mejor de esta celebración, su alegría a base de humor y charanga convierte Sant Sebastià en una verdadera fiesta, la calle Olmos se llena de palmesanos  dispuestos a disfrutar con los actos de estas agrupaciones. El pañuelo amarillo es su distintivo y esperemos sea la prenda que defina a estas fiestas al igual que el rojo lo es para San Fermín.

SAN SEBASTIÁN EL PATRÓN DE LA CIUDAD

Las crónicas narran que el final de la rebelión de la Germanía, en el año 1523, coincidió con una epidemia de peste que acabó de diezmar a los revolucionarios agermanados que resistían en el interior de las murallas de la ciudad de Mallorca. Después de que la población fuera conquistada por las potentísimas fuerzas de Carlos V, la peste terminó repentinamente. Cuentan que la causa de ese final casi milagroso fue que en Palma había una nueva reliquia de san Sebastián. Se trataba del fragmento de un hueso de su brazo, procedente de la isla griega de Rodas, que había llevado a Palma un presbítero de la iglesia de San Juan de Rodas en su huida de los turcos. Dicho clérigo estaba de paso por Mallorca y, en principio, no tenía intención alguna de dejar una reliquia en la ciudad, pero por algún motivo, cuando iba a marcharse con su barco no pudo seguir el viaje, e interpretó que era voluntad divina que las reliquias permanecieran en Mallorca.

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