Ucrania era una nación casi desarmada, dirigida por el más improbable de los presidentes, un ex cómico de la televisión elegido solo unos años antes. Rusia no era la gran potencia militar, la fuerza global que era en los días de la Unión Soviética, aun así, cuando los primeros aviones cruzaron la frontera seguidos de tropas terrestres, se asumió que pasarían pocos días antes de que la bandera tricolor rusa fuera izada sobre Kiev, la capital ucraniana.
Eso fue hace un año. Ahora, nadie está hablando de un paseo militar por el parque. Se habla de matanzas, de una «operación militar especial» del Kremlin que hizo metástasis en la mayor guerra terrestre de Europa desde la Segunda Guerra Mundial y de las bajas rusas, alrededor de 200.000 muertos o heridos, según algunas estimaciones occidentales.
Un ejército ucraniano sorprendentemente feroz e ingenioso rechazó cada uno de los intentos de Moscú de apoderarse de la capital en los primeros días de la guerra, luego hizo que las fuerzas rusas pagaran caro su osadía, recuperando el terreno incautado cuando el Kremlin volvió a centrar su atención en el este de Ucrania. En otoño, las fuerzas ucranianas comenzaron a insuflar golpes aún más graves al invasor, empujando a los rusos fuera del noreste, este y sur, aunque Moscú todavía tiene una gran parte del país y en las últimas semanas hayan ganando terreno de nuevo.
La guerra no sólo ha provocado ya la muerte de decenas de miles de personas, sino también la devastación de buena parte de Ucrania y la separación no querida de muchísimas familias, cuyos integrantes se han visto obligados en no pocos casos a buscar asilo y refugio en diversos países de Europa, entre ellos España.
Palma se ha volcado estos días con el pueblo de Ucrania. Por una parte, tuvo lugar un minuto de silencio ante las dependencias de Cort, y, por otra, centenares de personas, muchas de ellas residentes ucranianos en Mallorca, acudieron a la concentración que se desarrollo en la plaza de España.







No era la guerra que la propaganda del Kremlin había prometido
El otoño pasado, Putin convocó a 300.000 soldados de la reserva, lo que llevó a muchos jóvenes a huir del país para evitar el reclutamiento. Intensificó los bombardeos contra la infraestructura civil con el objetivo de debilitar la moral y la capacidad de resistencia de los ucranianos. Además, reprimió la disidencia y puso en marcha una maquinaria de propaganda para alimentar a su pueblo con mentiras sobre los nazis que dirigen Ucrania y Rusia estando en guerra de autodefensa.
Tras la invasión de Europa, surgieron muchos temores y tensiones que afectaron al suministro de gas, petróleo y alimentos, generando una inflación y dañando las economías. Sin embargo, Occidente ha logrado mantenerse en gran parte unido.
El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, ha pedido ayuda a sus aliados y éstos han respondido proporcionando armamento cada vez más potente. La OTAN, que Putin ha mencionado como causa del descontento ruso, podría ampliarse para incluir Suecia y Finlandia, dos naciones históricamente no alineadas que se han mostrado preocupadas por la agresión de Rusia.
Durante una guerra cruel y sangrienta, los civiles han sufrido grandes pérdidas. Según las Naciones Unidas, el número de ucranianos muertos supera los 7.000, pero la cifra real es mucho mayor. Nuevos lugares se han convertido en sinónimos de brutalidad: Bucha, Irpin, Izium, Lyman, donde la gente fue violada, torturada y asesinada, y sus cuerpos enterrados en fosas comunes o abandonados para descomponerse en patios y carreteras.
En toda Ucrania, los misiles han atacado casas, lugares de encuentro cultural y fábricas que proporcionan a la gente elementos básicos para su vida cotidiana, como calefacción, electricidad y agua. Miles se han convertido en desplazados.
En respuesta a la invasión de Moscú, los países occidentales impusieron severas sanciones económicas a los oligarcas relacionados con Putin. El presidente de EE. UU., Joe Biden, prometió hacer que el Sr. Putin sea un «paria».

Las sanciones y prohibiciones financieras de EE. UU. y Europa han causado estragos en algunos bancos y empresas rusas, lo que ha reducido la capacidad del gobierno ruso para usar sus grandes reservas de divisas y ha imposibilitado a millones de personas de usar sus tarjetas de crédito, acceder a sus cuentas bancarias o viajar al extranjero. Además, los países europeos impusieron una prohibición a la importación de petróleo ruso y redujeron drásticamente las compras de gas con el objetivo de reducir los ingresos de Moscú.
Las sanciones han afectado la economía de Rusia, pero no han logrado derribarla. Esto se debe en parte a que el Kremlin ha reforzado sus vínculos comerciales y financieros con otros países, especialmente China, Turquía e India.