Cuando una isla abraza a una forastera como si fuera una hija propia, lo que ocurre ya no es hospitalidad: es un acto de amor. En Mallorca, tierra de atardeceres que incendian el horizonte y piedras que guardan siglos de historia, esa emoción tomó forma durante una cena de gala mágica. Allí, en la brisa templada que acariciaba el litoral, Beatrice d’Orléans fue homenajeada como una de las más queridas embajadoras no nacidas en la isla pero con alma profundamente mallorquina.

La asociación Mallorquines de Verano le entregó su más preciado reconocimiento en una noche donde se entrelazaron la elegancia discreta, los sabores locales y el calor humano. No era solo un premio, sino un tributo a una mujer que, desde hace casi cinco décadas, se dejó conquistar por la belleza salvaje del norte mallorquín y nunca más soltó la mano de esta tierra.
Un romance que comenzó con la costa norte
Beatrice d’Orléans no necesita carta de presentación en el círculo de la alta sociedad europea, pero en Mallorca su presentación es otra: la de quien conoce los caminos que no salen en las guías, los nombres de los pescadores de toda la vida y las historias que susurra la Tramuntana. Desde que descubrió la isla hace casi cincuenta años, su historia con Mallorca es la de un enamoramiento sereno, constante y sin artificios.
La aristócrata francesa ha dejado que la isla se cuele entre los pliegues de su existencia: uno de sus hijos vive en Palma, cuatro de sus nietos han nacido aquí y su presencia se ha vuelto habitual en eventos culturales, sociales y solidarios. Si Mallorca la ha acogido con generosidad, ella ha devuelto ese cariño con creces.



El árbol de la bienvenida y una palmera de cristal
El galardón, entregado por el presidente de la asociación, Toni Ferrer, junto al icónico relaciones públicas Tommy Ferragut, tiene la forma de una palmera de cristal soplado, realizada en exclusiva por la centenaria firma mallorquina Gordiola.
No se trata de un simple objeto decorativo, sino de una símbolo de hospitalidad con raíces profundas. Las civilizaciones que convivieron durante siglos en la isla —árabes, judíos y cristianos— compartían una tradición común: plantar una palmera en la entrada de la casa como gesto de bienvenida. Hoy, esa tradición se reinterpreta en esta pieza única que ahora lleva el nombre de Beatrice.




Mallorquines de Verano, una familia sin fronteras
La asociación Mallorquines de Verano, nacida hace 12 años, se ha dedicado con pasión a rendir homenaje a quienes contribuyen a proyectar la imagen de Mallorca más allá de sus costas. Nombres como Diandra Douglas, James Costos, Kyril de Bulgaria, Norma Duval o Mikel Arteta forman parte de este distinguido círculo que ahora se enriquece con la figura de Beatrice d’Orléans.
A través de este galardón, la isla no solo agradece, sino que reconoce el poder de quienes, por elección y no por cuna, la defienden con amor. En un mundo donde el arraigo suele confundirse con pertenencia de sangre, este premio recuerda que también se puede ser mallorquín por convicción.
Una cena con sabor a isla y estrellas

















La velada fue orquestada por el chef Carlos Botella, responsable de los fogones del Hotel Valparaíso, quien compuso un menú con marcado acento mallorquín, acompañando cada plato con vinos de la Denominación de Origen Pla i Llevant. Una apuesta por lo local que conquistó a los cien asistentes, entre quienes se encontraban figuras como Syliane de Vilallonga, Agnes Llobet, Pablo Erroz, Norma Duval y la vicepresidenta del Consell de Mallorca, Antonia María Roca.
El ambiente era cálido, íntimo, sin alardes pero lleno de alma. Las conversaciones fluían entre risas suaves, brindis sentidos y anécdotas compartidas. Era una noche para celebrar sin estridencias, para decir gracias sin discursos vacíos.
Mallorca como espejo de pertenencia
Este homenaje a Beatrice d’Orléans es, en el fondo, una forma de reconocer que Mallorca no solo se define por su geografía, sino por las personas que la abrazan con respeto y devoción. Beatrice no necesita haber nacido entre almendros en flor para ser considerada una hija de esta isla. Su mirada —que brilla cuando habla de Sóller o del azul de Deià— ya la delata.
Mallorca es también de quienes la aman sin pedir nada a cambio. Y Beatrice d’Orléans, con su elegancia natural y su amor constante, se ha ganado su lugar en el corazón de esta tierra.