La velocidad con la que hemos abrazado este futuro inesperado

Hoy he realizado un viaje, me sumergí en una experiencia que parecía extraída de las páginas del cómic ochenteno y futurista «Vivora». La realidad se ha desdibujado mientras transitaba desde la histórica ciudad de León hasta las brillantes luces de Los Ángeles, cruzando las sucias calles de Distrito sur de Nueva York y desembarcando en una remota isla caribeña volando en avión privado, todo esto desde la comodidad de mi silla en la redacción.

Esta odisea virtual reflejó las palabras de Iñaquí Gabilondo, quien en una entrevista reciente, hablando sobre el COVID, señaló que el futuro se instala sin que apenas nos demos cuenta. En este 2024, nuestras preocupaciones cotidianas se han transformado en recordar contraseñas y garantizar una conexión a Internet sin interrupciones, más que en las preocupaciones apocalípticas que podríamos haber imaginado en el pasado.

Una película, que paso sin pena ni gloria por los cines de mi barrio (en la sala solo éramos 10 personas), mostraba a dos hermanos en un mundo post apocalíptico con coches que funcionaban sin gasolina y sin apenas ruido y y las interacciones humanas se desarrollan en el ciberespacio.

Este viaje virtual me ha dejado reflexionando sobre la velocidad con la que hemos abrazado este futuro inesperado. La película que pasó desapercibida en los cines locales ahora merece una revisión, ya que la estética y la narrativa parecen haber capturado la esencia de nuestro presente. En el 2024, la realidad se ha vuelto más intrigante que la ficción, y navegar entre pantallas se ha convertido en la nueva forma de explorar ciudades y conectar con el mundo.