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La nueva Moscú se muestra orgullosa de arriba abajo

Texto: Enrique Sancho
Fotos. Carmen Cespedosa

Gigantescos rascacielos y avenidas de 14 carriles compiten con la emblemática Plaza Roja

Nueva, arriba, abajo… Vayamos por partes. Moscú es, desde luego, antigua. Ya en el siglo VI era lugar de paso de los eslavos, antepasados de los rusos, luego llegaron los varegos (vikingos) y más tarde los mongoles y los boyardos. Ya en el siglo XII (1.156) se construyó en madera el primer kremlin de Moscú. Pero el verdadero auge de la ciudad no llegó hasta Iván III el Grande y, sobre todo, de su hijo, el célebre Iván IV el Terrible que extendió el país desde los Urales hasta Siberia. La historia de Moscú siguió forjándose en los siglos siguientes de forma un tanto turbulenta. Revueltas, la llegada de los Romanov, zares, Pedro el Grande y Catalina la Grande, Nicolás II, guerras y revoluciones, Lenin, Stalin, Gorbachov… y Putin, claro.

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De todos esos años, Moscú, que resistió a Napoleón y a Hitler, ha conservado grandes monumentos que hoy forman parte de ese arriba, que mencionábamos al principio y cuyo eje central es, sin duda, la Plaza Roja. Sus 500 metros de largo están marcados por las murallas del Kremlin a un lado y los gigantescos almacenes GUM, el mayor y más lujoso centro comercial de Rusia, al otro. Cierra uno de los lados estrechos el Museo de Historia, que contribuye con su fachada de ladrillo, como el muro del Kremlin, al nombre de la plaza, y el otro la espectacular catedral de San Basilio que con sus coloristas cúpulas se ha convertido en el mejor icono de la ciudad. Fue encargada por Iván el Terrible al arquitecto Postnik Yakovlev que en mala hora aceptó el encargo. Según se dice, Iván quedó tan impresionado por la belleza de su obra que lo mandó cegar para que nunca pudiera volver a crear un edificio de tanta hermosura. Cosas como estas justifican el apodo de Terrible que tenía Iván… y esto fue antes de que matara a su propio hijo en un ataque de cólera, tal como muestra el magnífico cuadro de Iliá Repin en la espectacular Galería Tretiakov que reúne la mejor colección de arte ruso del mundo.

El muro del Kremlin está interrumpido por el mausoleo de Lenin, que lleva allí impoluto embalsamado desde su muerte en 1924. Aunque el proceso fue revolucionario en su época y consiguió un resultado perfecto, hoy algunos dicen que, aunque se le inyectan periódicamente fluidos especiales, parte del cuerpo es de cera, cosa que las autoridades se apresuran a desmentir. En todo caso el ceremonial que le acompañó durante décadas desapareció en 1993, y un solitario soldado contempla aburrido las interminables colas de turistas. Por cierto, se dice que pronto será trasladado y enterrado en otro lugar. ¿De qué nos suena eso…?

De ese pasado moscovita queda mucho que ver, como el Teatro Bolshói, la Armería Estatal, Kolómenskoye, Kuskovo, la mencionada Galería Tretiakov o el Museo Pushkin de Bellas Artes, entre otras cosas. Vale la pena detenerse en la Catedral del Cristo Salvador, el templo principal de Rusia. La catedral tuvo un trágico destino, pues durante el régimen de Stalin fue destruida, ya que su lugar iba a ser ocupado por el Palacio de los Soviéticos, un descomunal edificio de 415 metros de altura coronado por una estatua de Lenin de 100 metros de altura, y en la cabeza de la cual, Stalin instalaría su despacho. El Palacio de los Soviéticos debía convertirse así en el edificio más alto del mundo y simbolizar el triunfo absoluto del comunismo soviético sobre el capitalismo. Aunque las obras llegaron a iniciarse, la llegada de la Segunda Guerra Mundial evitó su construcción. En la década de los 90 se construyó de nuevo la catedral siguiendo los planos originales.

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EL MUNDIAL COMO REFERENTE

Pero Moscú quiere mostrar ahora su cara más moderna, más dinámica, más rica. Ha cambiado mucho en los últimos años y la celebración en Rusia del Mundial de fútbol le dio una perfecta excusa para modernizarse aún más. Los resultados han sido espectaculares, según nos reconocía Nikolai Gulyaev, antiguo campeón olímpico de esquí en los Juegos Olímpicos de Calgari y Jefe del Departamento de Deportes de Turismo de Moscú, un espacio administrativo que nació “por, para y durante el mundial pero que, dados los buenos resultados conseguidos, se ha decidido, al menos por ahora, continuar juntos”.

Aunque ha tenido un coste estimado de 11.800 millones de euros, siendo la Copa del Mundo mas cara de la historia, los resultados han compensado. “Calculamos que han llegado unos 700.000 hinchas extranjeros a Rusia –indica Gulyaev–, y más de tres millones de turistas que llenaron las calles de las 11 ciudades sede junto con los locales. Moscú vio un alza de un 60 por ciento de los turistas extranjeros. Toda esa gente debe alojarse, comer y beber para capear la sed”. En 2017 hubo 21,6 millones de llegadas de turistas a Moscú. En 2018 se espera que el flujo de turismo en Moscú aumente al menos en un 10%.

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La Copa Mundial de Fútbol 2018 ha mostrado una nueva faceta de Moscú a una gran cantidad de invitados. En total, durante la Copa Mundial, 4,5 millones de personas visitaron Moscú, 2,3 millones de los cuales eran extranjeros y el resto ciudadanos de Rusia. Alrededor del 60% de ellos eran fanáticos del fútbol.

Para Gulyaev, “uno de los principales objetivos después de la Copa Mundial de Fútbol será utilizar de manera efectiva la infraestructura restante y el efecto de imagen de la Copa para aumentar los flujos turísticos y los ingresos del turismo en el futuro”. Este y otros temas se tratarán en diciembre durante la celebración de la primera edición de un Foro Internacional de Turismo de Moscú para operadores turísticos extranjeros y representantes de los medios de comunicación. La iniciativa pretende convertirse en una de las plataformas mundiales líderes para el intercambio de experiencias en este campo.

La joya del Mundial es el estadio Luzhniki que fue el escenario de la inauguración y de la final y tiene capacidad para 80.000 personas. Fue construido en 1956 como Estadio Central Lenin –todavía su estatura preside la entrada– y albergó eventos como los Juegos Olímpicos de 1980, la final de la Liga de Campeones 2008 o el Mundial de atletismo 2013. En su renovación se han invertido 338 millones de euros y, curiosamente, una buena parte fue a parar al césped del campo que se cuida con mimo. La pasión que despertó el fútbol ha llevado a instalar en algunos urinarios una pequeña portería y un balón para que los usuarios apunten y no se salgan fuera

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