MIRÓ: COLOR Y SOMBRA

Joan Miró, uno de los nombres esenciales de la historia del arte moderno y universal llega a Mallorca como quien entra a una biblioteca montado arriba de un tractor multicolor, y lo hace con la misma espectacularidad, liándola parda y poniendo a la ciudad de Palma en el centro de la vista internacional del mundo del arte. Y falta que hacía.

El Casal Solleric, principal espacio cultural municipal ubicado en pleno centro de la urbe, acoge en su planta noble la exposición ‘Miró: El Color y su Sombra’, donde la obra del genio catalán lo inunda todo. De entrada gratuita, aquello desconcierta a todos los visitantes, en especial a los turistas acostumbrados a pagar por ver la obra de grandes genios. En mi segunda visita tras su inauguración, el ingreso de personas para ver la exposición es imparable. Y no es para menos. Aquello es un lujo y pone de relieve el acceso libre y democrático de los ciudadanos a la cultura de primer nivel. Merece reconocimiento y agradecimiento.

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La muestra está compuesta por 21 pinturas y 19 esculturas repartidas en sus salas. La mayoría de las obras están dedicadas a la mujer. Otras hacen alusión al paisaje. La exposición se presenta sin una referencia cronológica, sino más bien temática, incluyendo piezas creadas entre 1960 y 1981. La totalidad de las esculturas están ejecutadas en bronce fundido, en general luminosas, a veces herederas de postulados dadaístas y surrealistas, a veces apegados a la tierra y el arte popular, a lo primitivo y lo ingenuo. A pesar de ello, es visible una inclinación del artista por el sexo y sus representaciones carnales. 

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En otras esculturas, se aprecian rostros que emergen desde las tosquedades de sus bronces, evocando máscaras africanas u orientales, a veces perturbadoras pero sin llegar a ser atemorizantes, más bien totémicas. Miró propone al espectador un juego para dar rienda suelta a la especulación y la imaginación, valiéndose para ello de las pequeñas cosas para engrandecerlas. 

En relación a las pinturas presentes en sus salas, observamos la disposición de Miró por una pincelada muy libre donde apenas se vale de lo matérico. No existe en ninguno de sus lienzos más de una capa de color disuelto, agüado. Como mucho dos capas e irregulares en las zonas donde el negro es dominante. En la totalidad de las obras, el rojo, el azul, el amarillo y el verde comparten protagonismo con el negro como negativo rector. En algunas pinturas donde los colores derivan hacia mezclas, ciertamente provienen de esos mismos iniciales. Sólo encontramos cuatro lienzos donde trabaja exclusivamente con el negro, especialmente atractivos. 

Joan Miró decía que el tiempo no contaba en su obra y aseguraba pertenecer al presente (en su tiempo). Décadas después, comprobamos que aquello era cierto, porque siguen plenamente vigentes. Y esa posibilidad es verídica porque encontramos en su contemplación plena universalidad. Y esa universalidad es posible gracias a un mundo personal donde se ocupó de cosas sencillas, comunes, afines, de alcance a cualquier mortal independiente a su nivel educacional, social o cultural. La mujer, las estrellas, el sexo, lo primitivo, la austeridad, la pintura rupestre, las raíces de la tierra, los oficios, las tradiciones, lo ancestral. En ese sentido, la obra de Miró llega a resultar conmovedora, acogedora, sencilla dentro de su complejidad, con la cual hasta un niño es capaz de comulgar, de empatizar y cautivarse. Propone un juego continuo para niños y adultos. Ahí radica su espectacularidad y su plena vigencia.

Las obras reunidas en ‘El Color y su Sombra’, que podrán ser visitadas y disfrutadas hasta el 09 de noviembre, provienen de las colecciones del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, la Fundació Pilar i Joan Miró Mallorca y el Museo Es Baluard. Visitela, porque saldrá de allí repleto de dicha, con otra perspectiva del mundo que lo rodea.